¿Bailamos?

¿Bailamos?

Hace unas semanas recibí una visita en el colegio donde trabajo.

 

No era la primera vez que ella venía, de hecho, viene mucho a visitarme. Y siempre el espacio de tiempo desde que aparece hasta que se va está lleno de complicidad y momentos especiales donde nos reencontramos y seguimos creciendo.

Ella… toda magia, toda alegría, toda arte… pues es sin duda una de mis artistas favoritas.

Acabó su formación en Educación Primaria hace unos años; para entonces habíamos pasado juntas cuatro. Aprendimos mucho las dos en aquellos cursos, la alumna de la maestra, la maestra de la alumna y ambas de nosotras mismas. Siempre le estaré agradecida.

 

Cuando llegó el junio del último curso le regalé un cuaderno donde le sugería que escribiese todo aquello que se le pasara por la cabeza (escribía unas magníficas poesías), que dibujase cuanto viese (tenía un trazo muy personal); en definitiva, que hiciese con ese cuaderno todo lo que creyese conveniente y lo guardase una vez completo para quizá leerlo dentro de muchos años y visitar otra época de su vida y de su propia persona.

 

En esta visita de hace un par de semanas, oculto entre un marco y una foto que me regaló, estaba el cuaderno. Ella sabía que yo lo encontraría. Y yo sabía que aquel marco guardaba algo más que una imagen nuestra del último día de su último curso. Es un ser humano sorprendente.

 

No lo leí inmediatamente, solo lo ojeé y sonreí. Me sentía afortunada por tener aquellas hojas entre mis manos. Pero era necesario buscar el momento adecuado para sentarme a leer todo ese torrente de su genialidad.

 

Encontrado el momento, comencé a pasar las hojas. Cada una de ellas tenía su esencia, su vitalidad, su sentido del humor, su espontaneidad, pero allí también estaban su miedo, sus anhelos, su decepción, su angustia, su desesperación, su frustración, su ira, su rabia, su descontrol, su oscuridad…allí estaba su dolor.

 

No podía comprender aquellas páginas escritas en color negro (no solía usarlo), sin dibujos, sin apenas puntos o comas que dividieran su discurso. Eran bloques enteros de palabras retorcidas, era verborrea nacida y vomitada a gritos de su propio puño recordando un tiempo pasado que poco a poco – reconocía ella misma – estaba superando. Porque ella es de superar las cosas, no de dejarse arrastrar.

 

Leí su dolor…pude sentirlo.

 

El miedo al rechazo es algo muy natural. Es posible que todos reconozcamos que nos ha pasado a lo largo de nuestra vida. No tenemos que ser niños de 6 años o adolescentes de 15 para tener un sentimiento de pertenencia al grupo truncado por los actos y palabras de terceros que no nos aceptan y que no permiten que nos aceptemos a nosotros mismos.

 

Esta aceptación del otro y del propio tiene muchas aristas: aceptar la personalidad, el carácter, las palabras, los gestos, la trayectoria, la actitud…aceptar a la persona. Pero en esta sociedad en la que vivimos tenemos algo más que aceptar y que se han empeñado en ponernos muy difícil.

 

Nuestro cuerpo.

 

Ella no sentía el rechazo de los demás por su inteligencia, su manera de hablar, su posicionamiento político, su orientación sexual o su país de origen. No. El rechazo de los demás radicaba en su tamaño. El tamaño de su cuerpo. Tamaño que ella no había escogido entre otros muchos en una carta de posibles tamaños. Simplemente ella era así. Una persona extraordinaria con un tamaño que no convencía a los demás y que casi acaba por no convencerla a ella. Por suerte, y con todo el esfuerzo que está destinando a ello, trabaja para mirar hacia adelante.

 

El modo en que el contexto sociocultural, los objetos publicitarios, las estrategias comerciales y el impacto de las redes sociales se cuelan en nuestras vidas es realmente alarmante y, en muchas ocasiones, hasta peligroso. Pueden condicionarnos hasta el punto de dejar de ser nosotros mismos para convertirnos en obedientes criaturas al servicio de la imagen que se desee proyectar. Buscamos sentirnos integrados y pertenecer a la sociedad, sea cual sea el grupo en que por afinidad, rasgos, genética, profesión, edad, etc, nos veamos vinculados.

 

Nuestra imagen corporal se construye a través de las experiencias que vivimos, pero también a través de los actos y las palabras de los demás, que pueden provocar sensaciones que hagan que dirijamos nuestra atención hacia determinadas partes de nuestro cuerpo o del suyo y las percibamos débiles, fuertes, empobrecidas, agraciadas…podemos hacer crecer o decrecer nuestro cuerpo según la construcción que hagamos o hagan otros de él. Así de fácil y de grave es.

 

Todos somos vulnerables a la exclusión por nuestro cuerpo. Por eso la escuela debe actuar.

 

Desde nuestro primer aliento de vida y hasta el último nuestro cuerpo es el lugar que habitamos, el lugar que tenemos, el lugar que somos. Sin él, es sencillo, no seríamos.

 

Nada.

 

Llevemos el cuerpo al campo de la comunicación. Según Allan Pease (1992) somos capaces de decir muchas cosas con el lenguaje verbal, hasta un 7% de la totalidad de nuestro mensaje mediante palabras. Nuestro tono de voz, matices, sonidos y silencios darán a nuestro interlocutor un 38% del mensaje. Mientras que el 55 % será transmitido por nuestra piel, la mirada, los movimientos, posiciones, gestos y nuestra presencia misma. Permanecer callado no nos dará una parte ínfima de la información, eso es cierto, pero es imposible permanecer quieto y no comunicar nada.

 

No obstante, en la escuela, nos empeñamos en realizar cuatro funciones básicas: hablar, escribir, escuchar y leer. Con esto, damos a entender a los niños que su conocimiento se limita a aquello que pueden expresar a través del lenguaje de las palabras, máxima absoluta en evaluaciones y el día a día de nuestros alumnos. Tantas veces nos hemos encontrado con un “es que no sé explicarlo profe…”. ¿Tan empobrecida está la escuela que solo cuenta con esos medios de expresión y comunicación?

 

Elliot Eisner, profesor de educación y arte en la Universidad de Stanford, decía en su libro La escuela que necesitamos que “el pensamiento debería celebrarse por la vía de brindar a los alumnos oportunidades de representar lo que creen saber, y como lo que saben no siempre puede proyectarse a través del uso lógico del lenguaje, deberían contar con una variedad de opciones disponibles y con las destrezas necesarias para utilizarlas”.

 

Se trata de desarrollar diferentes sistemas de significado para diferentes alfabetismos. ¿Dónde podemos encontrarlos? Bastaría solo con ampliar un poco el horizonte educativo. Formas visuales de la arquitectura, cine, fotografía, pintura…sonido pautado de la música de quien toca un instrumento  y de la voz de quien interpreta, canta, declama…, la experiencia humana del movimiento, el gesto, la danza…, la construcción de relaciones sociales que intercambian aspiraciones, temores, ideas…

 

El conocimiento del mundo y de la realidad que adquirimos a lo largo de la vida accede a nosotros a través de nuestros canales sensoriales y a través de ellos deberíamos poder representar aquello que hemos aprendido, tras haberlo descubierto, reflexionado, analizado, discutido con otros, revisado, refinado e incorporado a nuestra experiencia.

 

Durante gran parte de la historia la educación ha ido girando en torno a la dualidad entre ciencia y arte, o como muchos se han empeñado en reproducir, entre inteligencia y talento. Se ha dado prioridad absoluta dentro de los centros educativos a la adquisición de conocimientos lógicos, racionales, dejando relegado lo artístico a algo innecesario, falto de finalidad y relacionado exclusivamente con lo afectivo. Incluso podríamos decir, accesorio.

 

Es inevitable no sentir la llamada urgente, clara, casi desesperada de una escuela que cada día se entrega más y más a estándares de evaluación que proponen un proceso de enseñanza que camina sobre una línea recta de la que ningún alumno puede salirse, ni siquiera asomarse para vislumbrar una luz diferente y respirar. Recordemos que la vida no es, precisamente, una línea recta con objetivos concretos cuya consecución tendrá una única interpretación y solución. Sin embargo, la escuela trabaja así la mayor parte del tiempo.

 

Es nuestra responsabilidad defender un currículo escolar donde exista un equilibrio notable entre las distintas materias. A estas alturas deberíamos estar convencidos de que el carácter cognitivo no solo reside en las matemáticas y la ciencia, sino también en los campos de la literatura, las artes visuales, la música, el teatro y la danza. Todos estos campos no deben trabajarse como un medio de aumentar el rendimiento escolar de los niños, si no para ayudarlos a desarrollar facultades que solo las artes pueden promover.

 

Ella, mi alumna, y las personas que no aceptaban su aspecto físico hasta el punto de provocar heridas emocionales deberían haber podido trabajar el cuerpo y con el cuerpo en su centro educativo. Deberían haber podido acercarlo al concepto de cuerpo escénico para compartirlo y mostrarlo con el fin de fomentar el desarrollo de una escucha activa y consciente que se apoye en la individualidad de donde nacerá el respeto a la diversidad y con él la empatía, que tanta falta nos hace hoy.

 

Por tanto, no parece ninguna locura contar con espacios para la reflexión, la observación  y el análisis de lo corporal dentro de la escuela. Espacios y momentos donde todos, insisto, todos, comunidad educativa al completo, podamos conocer y entender nuestro cuerpo y el de los demás. Una vida sana emocionalmente pasa por reconocer nuestro cuerpo, vivir desde él y disfrutarlo. Cuando ponemos el cuerpo a funcionar «hacemos» y el acto de hacer algo nos permite descubrir las formas de cosas desconocidas. Es un acto creativo necesario si queremos perfilar nuestras producciones, nuestras expresiones y por tanto nuestra comunicación.

 

¿De qué me suena todo esto? ¡Ah, sí! En la teoría de las Inteligencias Múltiples de Howard Gardner se habla sobre esto. Está recogida. Es una más. Ha llamado a la puerta de nuestra clase y nos ha pillado sentados en nuestras sillas. La inteligencia corporal existe.

 

Dice Alicia Grasso, una de las autoras de Inteligencia Corporal en la Escuela (2006) que “la inteligencia corporal es conquistar el cuerpo y ocuparlo. El cuerpo inteligente es acción, cambio, innovación; es la respuesta saludable, entendiendo por salud-armonía la concordancia y correspondencia entre todo lo que incluye, completa e integra nuestra vida. Por eso el cuerpo inteligente es el propio, el personal”.

 

Hay muchas razones para bailar en la escuela demás instituciones educativas. Es un recurso muy potente de cara al conocimiento corporal. Y no me refiero a montar coreografías en líneas perfectas donde todos aprendan los mismos pasos de forma disciplinada y los reproduzcan de igual y única manera bajo el peso de correcto/incorrecto. Que también es una opción válida si es lo que buscamos. Pero en este caso, me refiero a una actividad no competitiva cuya práctica está basada en la curiosidad de encontrar nuevas y diferentes formas de moverse y la muestra de un mundo interior plagado de sensaciones e ideas que nos recorren. Es una danza que nos sirve para que cada persona se encuentre con una forma propia de “hacer”, siendo responsable de sus movimientos y del espacio que ocupa y comparte con otros cuerpos que también se mueven. Entendiendo que el movimiento puede ser quietud.

 

¿De cuántas formas distintas puedo mover la espalda y el cuello, ejes de mi cuerpo, basándome en la imagen de una persona que vive bajo el yugo de la violencia?

 

¿Cómo puedo representar la idea de la deforestación de los grandes pulmones del planeta y la sequía con tres compañeros más usando las plantas de los pies y las palmas de las manos en contacto total con el suelo?

 

¿Puede la velocidad de mis movimientos y el contacto con el grupo expresar el estrés instalado en la sociedad y hacerme entender mejor a las personas que lo sufren?

 

Trabajar con partes del cuerpo que normalmente no utilizamos en nuestra rutina o desarrollar patrones de movimiento que nos sorprenden y se alejan de la cotidianidad nos brinda la oportunidad del cambio, la innovación y la sorpresa que disparan las sensaciones y emociones cuando hacemos y cuando vemos hacer. Porque en el trabajo con el cuerpo una parte tremendamente importante es la de observación de otros cuerpos en movimiento que ayuden a sensibilizarnos y ampliar nuestro repertorio de lo corporal.

 

Todo este trabajo nos aporta libertad y autonomía, por lo que nadie puede sentirse excluido o pensar que lo que ella o él hacen no es digno ni meritorio. No hay movimientos buenos o malos. Solo hay movimientos propios o incorporados de otros, traídos desde la improvisación como metodología base en la búsqueda de la conciencia corporal.

 

Fomenta el concepto de grupo y de individuo, la creatividad, invita a arriesgar, a crecer, a dar cada vez un paso más allá en la exposición de uno mismo frente al grupo o en el grupo, nos hace conscientes de sensaciones que de otra forma no percibiríamos pues de normal no estamos atentos a los latidos del cuerpo, ayuda a repartir la energía según el momento y el ejercicio realizado, trabaja estar en “el aquí y el ahora”, disfrutando el momento presente al máximo, facilita la toma de decisiones y la capacidad de reaccionar ante estímulos externos e internos que puedan aflorar…la lista de beneficios y aportes a nuestros educandos y a nosotros mismos es extensa. Y en todo el proceso de una sesión quizá no hayamos tenido que utilizar más de diez palabras.

 

Importante. Muy importante. Gracias a este tipo de actividad trabajamos el contacto físico entre nuestros alumnos con el objetivo de romper tabúes, miedos, complejos, ideas preconcebidas sobre ellos mismos y además estarán enriqueciendo sus relaciones intra e interpersonales, favoreciendo una conexión que puede ir más allá de lo escolar para traducirse en un trato amable, desinteresado y humano entre ellas y ellos. Serán grupo.

 

Al bailar investigamos el movimiento, ponemos a funcionar nuestros recuerdos, experiencias, toda nuestra piel y nos mantenemos expectantes y abiertos a posibilidades que puedan suceder. Al bailar somos auténticos y abrazamos nuestra esencia más pura evidenciando cómo nos sentimos de manera poética y luminosa. Al bailar dejamos nuestra impronta en los demás, que permanecerá incluso cuando ya no estemos presentes en ese espacio con el que hemos aprendido a relacionarnos.

 

Al bailar aprendemos y exportamos ese conocimiento de manera sensible.  Al bailar somos.

 

Elliot Eisner nos lo dejó muy clarito en 1998. “Aunque la buena enseñanza se vale de rutinas, rara vez es rutinaria. Se basa en la sensibilidad y la imaginación. Flirtea con la sorpresa. Aprovecha el afecto. En suma, la buena enseñanza es un asunto artístico”.

 

No podemos ni debemos negar todo esto a nuestros alumnos y a nuestras escuelas. Es su derecho aprender de forma integral poniendo en juego todos los recursos posibles para un aprendizaje significativo. El cuerpo es el recurso más valioso con el que contamos. Cualquier aprendizaje que pase por la experiencia corporal será una aprendizaje de verdad.

 

Creo que voy a comprar un par de cuadernos más…uno para ella y otro para mí. Hay que seguir reflexionando.

 

Virginia Rubio. Formadora senior de Educando. Maestra de vocación.



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