Confinamiento y Convivencia familiar como oportunidad de cambio.

Confinamiento y Convivencia familiar como oportunidad de cambio.

Cincuenta y seis días llevamos conviviendo en familia. Nadie nos preparó para gestionar todo lo que esto conlleva: encierro, soledad en algunas casas. En otras situaciones en las que apenas hay silencios; pérdidas de familiares sin oportunidad de decir adiós; convivencia 24 horas los 7 días de la semana; conciliación del teletrabajo, atención a nuestros hijos (emocional y académica), a nuestra pareja; limpieza del hogar, cocina,… Un cambio brusco al que tocó adaptarse drásticamente. Un cambio que ha dejado al descubierto nuestra capacidad de afrontar, de gestionar, de sostener, de asimilar emocionalmente esta nueva forma de vivir en sociedad, de vivir en individualidad y de vivir con aquellas personas a las que antes apenas veíamos entre semana: nuestra familia. 

Definitivamente es el momento de pararse a pensar y a sentirse. Momento de ser consciente de uno mismo y de las emociones que emanan en situaciones determinadas. Mayer y Salovey, en su teoría de inteligencia emocional, dicen que ser consciente de uno mismo significa “ser consciente de nuestros estados de ánimo y de los pensamientos que tenemos acerca de esos estados de ánimo”. Es el momento de crecer emocionalmente, de permitirnos llorar, de permitirnos el enfado, y de desarrollar habilidades que permitan gestionar desde nuestro interior lo que estamos viviendo. Conectar con nosotros mismos bien a través de la meditación o atención plena. 

¿Cuántos gritos nos ahorraríamos si se llevara un acompañamiento emocional consciente en la familia, en la pareja? Escucho muchos casos de papás que pierden los nervios con sus hijos que terminan aplicando un recurso, el más repentino, fácil y seguro: el castigo. Castigo verbal y /o físico. Y aquí es donde se manifiesta el analfabetismo emocional que no es más que la expresión de la falta de habilidades emocionales que nos permiten manejar situaciones de rabia, tristeza, miedo, estrés, decepción… Porque, como bien dice Marisa Moya, el castigo es inseguridad adulta.

Es el momento para dar herramientas emocionales a nuestros hijos. ¿Cómo? Conectando con ellos: con sus emociones, con sus vivencias, con su desarrollo madurativo… Claro, si estuviésemos trabajados emocionalmente todo sería más fácil ya que nuestro esfuerzo iría en una dirección: conectar con mi hijo en ese momento. Pero no es el caso de muchos. 

Pedimos gestión emocional a los niños cuando ni siquiera el adulto es capaz de gestionarse. Visualizamos la conducta del niño como una amenaza de autoridad. Traducimos su comportamiento en pensamientos como “me está tomando el pelo”, “lo sabe y vuelve a hacerlo”. Cuando realmente lo que le ocurre al niño es que tiene ese comportamiento porque no sabe otra manera de expresar la necesidad de sentirse visto, de sentirse perteneciente tal como afirman Dreikurs y Adler. Estos autores proponen mirar al niño y escucharlo desde lo más profundo de su necesidad, desde una petición de ayuda “solo soy un niño, y busco quiero pertenecer”. El video elaborado por Educa Bonito refleja esta petición de ayudar de esta manera

Nos han educado en relaciones de verticalidad donde el adulto ejerce herramientas de control y corrección para demostrar su poder frente al poder del otro. Herramientas basadas en el castigo por su efectividad momentánea en la acción que molesta. Sí, funciona modificando el comportamiento inmediato, en ese momento y para detener la conducta que no nos agrada como adulto. Sin embargo, las investigaciones en psicología demuestran que el castigo genera resentimiento, rebeldía, revancha y retraimiento y no modifica la conducta a largo plazo. Jane Nelsen, co-creadora del programa de Disciplina Positiva dijo una vez: «¿De dónde sacamos la loca idea de que para que un niño se porte bien primero tenemos que hacerle sentir mal?«. Entonces, ¿realmente es efectivo el castigo? ¿Cuál es mi objetivo? ¿Enseñar o controlar? 

Algunos autores (Salovey y Sluyter, 1997) han identificado cinco dimensiones básicas en las competencias emocionales: cooperación, asertividad, responsabilidad, empatía, autocontrol. Competencias que todo padre quiere para su hijo y que además son clave para su caminar en la vida. Estas competencias son consecuencia de una educación basada en relaciones horizontales donde se enseña al niño a reflexionar, a comprender las consecuencias de sus actos, a ser tolerante, empático, respetuoso. Estas habilidades hay que enseñarlas, no se nace con ellas. Se aprenden y ellos, nos aprenden constantemente. Además no se aprenden con sermones, hay que practicarlas. Somos su modelo, su entrenador de vida, su referente y así les tratemos, así aprenderán a tratar a los demás. ¿Aprenderán respeto si trato irrespetuosamente? ¿Aprenderán a ser tolerantes si no me muestro tolerante? ¿Aprenderán empatía si en lugar de conectar tiendo a controlar? ¿Aprenderán a reflexionar y a comprender la consecuencia de sus actos cuando impongo sanciono?

Cuando castigamos, privamos al niño de practicar habilidades de escucha, de empatía de cooperación, de responsabilidad y así, cuando sean adultos ¿de qué habilidades emocionales dispondrán? Los convertiremos, de nuevo, en una generación analfabeta emocionalmente hablando. Habremos perdido una maravillosa oportunidad de crecer desde la individualidad emocional para contribuir a la sociedad a la que pertenecen. 

Pero y, ¿cómo puedo hacer para enseñar a mi hijo? No se trata de permitirles hacer todo lo que quieran. No se aprenden límites si permitimos todo. La Disciplina Positiva propone en su filosofía la actitud de ser firmes y amables a la vez. Queda descartado ser amable, tener paciencia y de pronto tener firmeza y actuar con autoridad. Se trata de conjugar una conducta firme y amable al mismo tiempo.

Os ofrezco algunas pautas para promover actitudes respetuosas tanto para el adulto como para el niño en momentos de gestión de un conflicto.

  • Validar la emoción. Cuando verbalizamos la emoción del otro, acompañamos, neurológicamente hablando constituye un calmante. Si no sabe reconocer su emoción (suele ser hasta de los 3 o 4 años) le diremos: «Veo que estás enfadado». Si sabe reconocer la emoción (a partir de los 3 o 4 años) acompañaremos viendo su emoción preguntando «¿Estás enfadado?”. No le digas: “No te enfades”. Permítele estar enfadado, es una emoción como otra cualquiera. No te lo tomes como algo personal, no va contra ti, no sabe cómo hacerlo. Recuerda “Soy un niño y solo quiero pertenecer”. 
  • Busca el origen del enfado. Cuando se enfadan por cansancio, cuando se enfadan por frustración porque se les ha negado alguna petición suelen ser las más habituales. Conecta con su necesidad. Empatiza. Muéstrale que estás de su lado que entiendes cómo se siente. Agáchate, ponte a su altura. Mírale a los ojos. Y dilo en voz alta. «Veo que estás enfadad@ porque… que te parece si….».
  • Calma.  Muchas veces, con sus gritos y pataleos, nos «destapamos», saltamos, y nos enfadamos también. Daniel J. Siegel en el libro El cerebro del niño comenta que “… nos domina el cerebro inferior, cuando perdemos el control hasta tal punto de decir o hacer cosas que jamás permitiríamos que nadie dijera o hiciera a nuestros hijos”. 

    • Aquí es donde entra en juego nuestro papel fundamental: transmitir calma. Para controlar ese momento, te sugiero repetir en silencio y para ti, como una voz interna que diga: «el enfado es suyo, no mío», «no sabe gestionar», «necesita mi calma». Es el momento de respirar hondo
  • Esperar que se calme. Eres su ejemplo de autocontrol. Pregúntale ¿qué necesitas? Si la respuesta no es la deseada, mantengamos la boca cerrada, sin hablar. Las respuestas que tomemos desde el cerebro reptiliano, cerebro destapado, serán respuestas sin control que enseñarán descontrol en lugar de respeto y acompañamiento.

 

Ahora nos corresponde elegir entre dos opciones que harán definitivo un cambio real. Dos opciones que se pueden barajar tanto a nivel individual como social; tanto en el sistema educativo, político y económico. Como primera opción, podemos optar por recoger esas piezas del puzzle roto. Un puzzle de una vida que gozábamos antes de todo esto e ir sufriendo cada unión con pegamento sin saber bien cómo permanecerán unidas esas piezas. Preguntándonos si ese pegamento será resistente, si se volverá a romper de nuevo, si pegué correctamente aquella pieza que me hizo dudar.  En definitiva, un puzle basado en el pasado, enfocado en la culpa, centrado en los defectos. O bien, construir un nuevo puzle en el que cada pieza ha sido elaborada y elegida con decisión y criterio. Piezas nacidas de necesidades reales y escuchadas. Un puzle basado en el futuro, enfocado en responsabilidades y búsqueda de soluciones, centrado en las fortalezas. Piezas que se unen con fuerza porque TODO TIENE UN SENTIDO. Construyamos juntos un mundo mejor.

Elena Manrique, certificada en Disciplina Positiva.

 

 



Ir al contenido