¿Mochila para la vida?

¿Mochila para la vida?

Un par de recodos más y se acabó. Ya se divisa el final de este camino al que siempre se le ha denominado como la mejor etapa de la vida. Pero antes de abandonar estos valles y bosques por los que discurre, hagamos un alto en el camino para echar la vista atrás. Alrededor de una mesa de madera carcomida por el tiempo y con la huella de muchos codos sobre su tabla, acercamos unas sillas que han escuchado más historias que los propios libros de relatos.

A punto de salir a un mundo competitivo y hostil, miras en tu macuto para saber qué has recolectado a lo largo de tu camino universitario y te das cuenta de que el saco no está muy lleno. A día de hoy, la universidad pública es ese paraje que todos conocen, que sale en todas las guías de viaje, pero que ha sido descuidado por el acomodamiento de muchos. Ya no sólo por una preparación insuficiente, sino por una falta de medios descomunal. No es ni medio normal que en carreras en las que el material de trabajo es un pilar fundamental de la metodología educativa, no estén a disposición de aquellos que lo precisan y que, curiosamente, a la par se lo exigen.

Supongamos que por un microsegundo, todos los cuerpos celestes conjuran en nuestro favor y tenemos acceso a ese material vital para nuestra preparación. Al alargar la mano para alcanzar ese fabuloso y preciado instrumento, destinado sólo para los dioses y algunos semidioses, nos encontramos con un objeto desfasado, obsoleto, que precisa de técnicas que ya no se usan desde que el ser humano afiló la primera piedra y la puso en el extremo de un palo de madera. Intentas manipular dicho objeto sin llamar la atención del Museo de Historia Nacional por si éste lo reclama para sus vitrinas y te preguntas si ahí fuera trabajarán con lo mismo. Esa duda acaba por germinar y el destino te pone en tu camino a un conocido que estudia en una universidad privada. Y claro, tienes una sensación similar a la que debió tener Cristóbal Colón al descubrir América.

Otro aspecto  del que me gustaría tratar ahora que nos han traído la segunda ronda en nuestra vieja y preciada mesa, es el concepto del universitario =  vaguería. Nunca se me olvidará una frase que le escuché a un hombre en una cafetería. Pelo negro azabache, engominado hacia atrás, traje azul marino, gemelos dorados y corbata roja. La cabeza ligeramente echada hacia atrás y unos ojos castaños divisando lo que sucede bajo su pedestal. Charlaba junto a un amigo sobre las reformas en educación cuando soltó el que seguramente haya sido su juicio más elaborado, sopesado y contrastado de su vida: ‘’los chavales de ahora sólo quieren estar tirados en el césped, sin estudiar. Yo para eso no les pago la universidad con mis impuestos. Son todos unos vagos…’’. Omito el broche final de tan elocuente conclusión por respeto a las teclas con las que escribo.

Por supuesto que la universidad es un sitio social y constituye uno de los pilares fundamentales en el desarrollo de relaciones interpersonales en la vida de los estudiantes. He de confesar que he leído esta frase cuatro veces y sigo sin encontrarle el punto negativo a dicha cuestión. Por otro lado, he de resaltar que la gente de la que me he rodeado en mi etapa de estar tirado en el césped, he encontrado una predisposición a estudiar, a formarse y a trabajar que no ha tenido respuesta por parte de la institución que nos cede su césped para vaguear. Aún recuerdo el día que los señores de seguridad me registraron el coche en busca de alcohol por la fiesta de primavera que se celebraba en el campus. Y aún sigo esperando una carta de disculpa por haberme arrebatado mi quinto año pese haber abonado la matrícula de mis asignaturas de especialización que no he podido disfrutar. Sí, sí, tal cual como lo leen. Un año en blanco. Supongo que para reflexionar.

Y esta es a la conclusión a la que he llegado. Si este humilde texto llega a ojos de alguna persona que se plantee el concepto anteriormente mencionado, decirle que seguramente este país no conozca a una generación más preparada que la actual, con más ganas de aprender y con más ganas de trabajar. Muchos hemos tenido que recurrir al autodidactismo no sólo por el placer de aprender, sino por necesidad.

Es hora de marcharse. Poco a poco este camino toca a su fin. Vuelvo la vista atrás y veo a los que aún están por empezarlo. Espero que a ellos la travesía les resulte más gratificante educativamente hablando, pues a mí me ha enseñado algo más valioso que muchas de las teorías impartidas en las aulas. Me ha inculcado y enseñado a trabajar junto a mis compañeros por un sueño común, a buscarme los campos de conocimiento que complementen mi formación y que la universidad actual ignora o quiere ignorar. A germinar el instinto y la necesidad de aprender que antes se inspiraba en las aulas universitarias. Así que, aunque haya sido sin querer, les doy las gracias por ello.

Nos vemos en el siguiente trayecto, pues el conocimiento es la mayor ramificación de caminos del universo. Y hay que intentar recorrerlos todos.

Javier Prieto-Periodista (@javizarra)



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