Prejuicios

Prejuicios

Como mero curioso frente a la Teoría de las inteligencias múltiples, creo que de los ocho tipos de inteligencia que propone Gardner la que más me atrae es la inteligencia interpersonal (la que nos permite entender a los demás); entender a los demás -próximos y lejanos- es fundamental para intentar ser razonablemente feliz.

Pues yo ando desde hace años preocupado por un feroz enemigo (muy bien armado) de la inteligencia interpersonal (y, por tanto, de la convivencia social): los tópicos y los prejuicios (evitarlos es, recuerdo, uno de los antídotos contra la estupidez según Livraghi).

Hay dos asuntos que tienen un “efecto prejuicio” casi automático: política y religión; dejo al margen el fútbol, porque si declarara que mi rojo corazón está atravesado por varias franjas blancas verticales, me arriesgaría no ya al prejuicio, sino al juicio sumarísimo.

Bien, voy con la política: si yo escribo que la economía neoliberal ha creado una red de corrupción e ilegalidad en empresarios y políticos, que ha llevado a reducir la red de seguridad social solo a cambio de la búsqueda de mayores ventajas competitivas para las empresas, y que los recortes del  gasto social (con frecuencia promovidos por las instituciones financieras internacionales) han dejado a los ciudadanos impotentes ante los riesgos, antiguos y nuevos, de la pobreza; si yo escribo todo esto, provocaré inmediata antipatía personal en los lectores sociológicamente “de derechas”, a pesar de que ninguno me conoce; el prejuicio “político” ha actuado.

Ahora vamos con los que al leer mis opiniones sobre la inmisericorde economía neoliberal habéis sentido cierta simpatía por mí, prejuzgándome como una persona incluso cercana a Podemos; si os digo que el 90 por ciento del párrafo anterior son frases casi literalmente transcritas de una encíclica escrita por un Papa considerado como un super-ultra-conservador, como es Benedicto XVI, ay, se conectará automáticamente el prejuicio “religioso”, se olvidará inmediatamente la sintonía con esas opiniones y seré encasillado ahora como un elemento subversivo del Vaticano que, además, no tiene derecho a hablar de economía porque lo que teníais que hacer es vender la Piedad de Miguel Ángel y dárselo a los pobres. El prejuicio “religioso” ha actuado.

Cargaré entonces con toda la pre-antipatía de unos (que me acusarán de todos los crímenes del comunismo estalinista) y de otros (que me acusarán de todas las salvajadas, que han sido muchas, que la Iglesia ha hecho a lo largo de sus 2000 años de vida); y estará, además, un tercer grupo (probablemente con personas mezcladas de los otros dos) que ya desde el primer párrafo me pre-juzgaron como un sinsorgo como solo lo pueden ser los colchoneros.

La vida es poliédrica; y poliédricas son las personas; pero necesitamos encasillarlas para poder “tenerlas controladas”; y para encasillar al que no conocemos, tenemos que “conectar el prejuicio”; y vuelvo al principio de todo esto, evitar el prejuicio es un antídoto contra la estupidez; y  al revés. Cuando encasillamos a alguien (cuando lo pre-juzgamos), lo hacemos “cosa” (lo cosificamos), lo simplificamos; y las personas -las de derechas y las de izquierdas, las del norte y las del sur, las religiosas y las ateas; incluso las del aleti– ni somos cosas, ni somos simples; somos un quién, no un qué, pero de esto escribiré otro día, si no termino en la hoguera después de este blog.

Enrique Giménez-Arnau

Abogado y Presidente de la Asociación Sol y Dar y Darse (http://www.solydarydarse.org/)



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