SI DE DIALOGAR SE TRATA…

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SI DE DIALOGAR SE TRATA…

“¡Se acabó! Esta es la última vez que hablo; ni me consigo explicar ni logro acabar bien… ¡para eso mejor me callo!” Seguramente todos nosotros hayamos pasado por situaciones similares a esta, esos momentos en los que topamos con un límite que nos impide seguir comunicándonos con otra persona.

Es entonces cuando perdemos la confianza en que el ser humano se pueda entender mínimamente y, si acaso, esperamos poder encontrar a esa extraña persona, única e irrepetible, con la que parece que todo fluye, con la que hay una sintonía total que permite que realmente podamos comprendernos.

Pero no se trata de una experiencia personal, exclusiva de un grupo extraño de personas. Los medios de comunicación nos muestran día a día cuáles son las maneras en las que el ser humano parece moverse de manera natural: o bien tenemos conversaciones de sordos en las que cada persona está interesada en “vomitar” sus pesares o riquezas, o bien discutimos tratando de llevar las ascuas cada cual a su terreno, a que le calienten el hogar en exclusividad. 

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¿Y cómo le llamamos a todo esto? Pues a veces “charlar”, otras “hablar”, otras tantas “discutir”, incluso “debatir” y hasta “dialogar”. Mezclamos todas las acciones comunicativas y las unificamos, como si todas las palabras se refirieran a una misma “cosa”. Y de aquí nos viene parte del gran lío…

Porque los nombres, las etiquetas, son como la magia, cuando los usamos hacemos que algo aparezca de manera clara y distinta al resto de entes que lo rodean. Y porque cuando ese nombre es usado para muchas cosas que en realidad son diferentes, aunque esa diferencia sea sutil, hacemos que nuestras acciones no terminen de ser las adecuadas para relacionarnos con esa “cosa”.

No todo es dialogar

Así que toca distinguir para empezar a mejorar nuestras acciones, en este caso comunicativas, y para reconocer también los límites reales de estas experiencias. Resulta, al final, que no todo es dialogar o que no todo es charlar. Que cada cual cumple con unas funciones y que por su propia naturaleza, tiene unas fronteras que nos impedirán seguir hacia otros horizontes, pero que justamente por eso nos ayudarán a saber cómo jugar dentro de esos límites.

Comencemos por hablar, que en realidad es un concepto que engloba al resto. Sería como el círculo dentro del cual se concentrarían las otras palabras. Se trataría de esa acción con la cual nos expresamos, nos comunicamos, nos informamos, nos interpelamos. Pero no todo hablar es conversar o charlar, sino que también es debatir, discutir e incluso dialogar.

Para continuar vamos a establecer tres grupos en los que se situarían los conceptos anteriores. Existen diferencias entre todos ellos, pero por hoy vamos a compararlos de esta otra forma para que nos resulte útil y funcional tanta categorización. Y es que en esto de hablar, hay que tener cuidado si lo que se quiere es comunicar, porque nos podemos perder en la distinción de la distinción que nos lleve a la megadistinción y acabemos en el mismo sitio. Así que por un criterio puramente pragmatista, abordemos a los tres grupos.

Conversar y charlar son básicamente similares. En este caso al hablar no nos interesamos especialmente por continuar con el hilo de un tema. De hecho, lo vamos cambiando continuamente, sin ni siquiera informar a la otra persona que, metida en este mismo juego, se encarga de ir introduciendo también nuevas cuestiones de las que informar o preguntar.

Lo realmente importante aquí es mantener una relación con la otra persona, es compartir ese nexo, no necesariamente de gran profundidad. Los vínculos emocionales que se establecen son, pues,  lo realmente importante. Es lo típico que solemos hacer con nuestras amistades, con los compañeros y compañeras de trabajo o con la persona que sorpresivamente nos encontramos en el ascensor a las 8.am cuando abrimos la puerta.

En el caso de debatir la situación cambia, sería prácticamente lo opuesto a lo dicho con anterioridad. En los debates que se dan hoy en día en muchos centros educativos, se ve muy bien y de manera bastante aceptable esta acción comunicativa. El tema pasa a ser el centro, lo importante. Para hacer un buen debate, las personas tienen que hablar de lo que se pide, no desviarse de ello, algo que es visto como una falta de seriedad o de rigor.

Las relaciones personales que se establecen aquí pasan a un segundo plano: ganar es el objetivo, así que el otro es casi un “enemigo” que debe ser derribado. Las posturas se mantienen y hay que ser capaz de mostrar que lo que se defiende es lo mejor. La peor versión de los debates la solemos encontrar  en los medios televisivos, en los que se pasa incluso a discutir, a perderle al contrario el respeto, a faltar inclusive a la verdad, tratando de llevar razón aunque no se tenga la razón, usando esta distinción tan apropiada de Schopenhauer.

Y llegamos a dialogar. Que resulta que se usa de manera más restrictiva de otra forma a la que habitualmente solemos reconocer. Se trata en realidad de una mezcla de parte de los dos anteriores. El tema en este caso es importante también, al igual que en el caso del debate. Si estamos dialogando sobre si es o no importante el espacio para el proceso de enseñanza-aprendizaje, no vale irse a otra cuestión sobre la diferencia entre el riego por goteo y el riego por aspersión, por muy interesante que me pueda parecer en ese momento.

Además, en el arte de dialogar es igualmente imprescindible cuidar y atender las relaciones que establecemos con las otras personas. No se trata de ganarlas, no son nuestras enemigas, más bien lo contrario. Son las personas que nos van a permitir cuestionarnos lo que pensamos, pensar lo impensable para nosotros, como diría Óscar Brenifier, y profundizar juntos en esa temática que tenemos delante.

Los tres conceptos (conversar, debatir, dialogar), como hemos comentado, sirven para cubrir objetivos diferentes. Nos son útiles según qué momentos. Si voy a comprar pan, mi querida panadera seguramente no tendrá en ese momento ningún interés de dialogar conmigo, pero sí de charlar o de conversar. Si sale un tema, a partir de un comentario banal que hace, y me pongo a debatir con ella, quizá no entienda por qué me pongo en semejante tesitura, cuando ella lo único que quería era crear vínculo con su clienta. Sin embargo, si estoy en la defensa de mi tesis ante un tribunal, más me vale saber debatir bien para lograr convencer y demostrar al resto que lo que estoy contando es correcto. Y si estoy en el aula o con mi equipo de trabajo intentando que profundicemos en una cuestión, bien sea para comprenderla mejor y de manera más significativa, bien sea para ir elaborando un juicio crítico sobre esa problemática o para construir conjuntamente nuevas soluciones, más me vale manejar bien el arte de dialogar.

Sin embargo, hay que señalar que esto de saber moverse por las diferentes acciones que llevamos a cabo cuando hablamos no es tan fácil, más aún cuando lo que queremos es dialogar. Este requiere de práctica en habilidades sociales, éticas, comunicativas y de pensamiento. Es necesario sacar la mejor versión de nosotros mismos, para que podamos entrar en ese espacio tan propio del diálogo donde lo que ocurre es algo tremendamente humano pero poco habitual entre nosotros y nosotras: el encuentro entre seres humanos que se reconocen como seres humanos y, por ello, son capaces de construir codo con codo desde esa desnuda humanidad.

¿Difícil?  Sí, pero no imposible…y hoy en día más necesario que nunca… ¿Lo intentamos?

Ana Isabel García Vázquez  

anaigarciavazquez.wordpress.com

Consultora filosófica y docente en un IES de la Comunidad de Madrid

Formadora de Educando Consultoría



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