¡Súbeme la radio! ¿Reflexionamos educativamente sobre la música?

¡Súbeme la radio! ¿Reflexionamos educativamente sobre la música?

¡Súbeme la radio!

Sí,  acabé tarareándola, aunque al principio me resistía. Porque cuanto más la escuchaba más se me pegaba. “Quien a buen árbol se arrima… se le mancha la espalda de resina” ¡Y no veas lo mal que se quita!

¿La música nos educa o nos arrastra?

Este verano ha ocurrido lo mismo de siempre. En la feria, en el chiringuito,  en la radio, en las fiestas de los pueblos, etc.,  fuéramos donde fuéramos hemos escuchado hasta la saciedad “Despacito”, “Felices los 4”, “Vente pa´ca”, etc. Y queramos o no, todos nos las sabemos, hasta creemos que nos gustan. Normal,  después de haberlas escuchado centenares de veces llega un momento que nos resultan familiares, forman parte de nuestro día a día. Las bailamos en las BBCS (Bodas, Bautizos, Comuniones y Saraos) y sacamos de paseo  nuestros instintos más salvajes coreando a gritos sus frasecitas subidas de tono como si no lo fueran. Y no pasa nada… ¿O sí?

Nuestra cultura musical está condicionada por la rentabilidad de la industria musical. Es una realidad quizá inevitable, pero no significa que nosotros no tengamos vela en este entierro. Padres, educadores, maestros y resto de adultos cuerdos, tenemos una responsabilidad muy grande para gestionar este despropósito.

Y digo despropósito porque no creo que yo sea la única a la que le da repelús ver bailando a una niña de 8 años en un talent show contoneando sus caderas como si estuviera frente a una barra de de bar de dudosa reputación, maquillada como Kate Perry, vestida como Lady Gaga y cantando con voz portentosa una canción en inglés cuya letra trasciende lo infantil. Los niños siempre hemos imitado a nuestros ídolos, y eso no es un problema.  El problema es lo que dejamos de mirar. Profundicemos un poco en ello. 

Aquellos maravillosos años

¿Dónde quedaron las canciones infantiles, juveniles  y populares que teníamos a nuestro alcance en las últimas décadas del siglo XX?

Y no es que me ponga nostálgica o retrógrada; en mi educación (mejorable en muchos aspectos, a la vista está) la música estaba presente de manera natural.

Cuando íbamos de excursión en familia, mi padre (que de joven fue tuno) se llevaba la armónica y cantábamos “Una sardina, dos sardinas” , “Morito Pititón”, “Desde Santurce a Bilbao”, etc…

Cuando íbamos de excursión en autobús con el colegio, no nos ponían pelis, cantábamos hasta dejar sordo al conductor (aprovecho para pedir disculpas a todos los conductores escolares de España y agradecerles su infinita paciencia) reíamos y hacíamos canciones encadenando los nombres de todos los compañeros. Focalizábamos nuestras emociones y nervios a través de esas sencillas melodías de autobús.

En Navidad, cantábamos en familia, al son de panderetas, con mi padre a la guitarra y atreviéndonos  a versionar con nuestra flauta dulce (que al principio más que dulce sonaba a gato pisado) los villancicos que cantaban nuestros abuelos y que de generación en generación habían quedado en nuestra memoria.

Veíamos la tele. Eran pocos los canales que existían, pero en ellos  sí emitían  programas musicales en los que todos  podíamos descubrir lo mejor del pop, del rock y otros estilos. Tarareábamos las músicas de cabecera de las series y aún las recordamos.

Estarás pensando que yo fui a EGB y me he puesto melancólica. Pero no es así exactamente. Cierto,  fui a EGB y ahora, gracias a ello, soy consciente de muchas burradas educativas que se cometían en esos años, quizá por desconocimiento, pero también de lo bueno que nos hemos dejado por el camino.

Los sábados y domingos sonaba la televisión de fondo con programas de música clásica, que intentaban ser amenos, en los que veíamos el estupendo trabajo cooperativo que se precisa para que una orquesta suene bien. Cuando viajábamos en coche mirábamos por la ventanilla, cantando o soñando en silencio sobre el rugido del Seat 124, el Citroën GS, Renault 12, etc., o imaginando las letras de José Luis Perales, Michael Jackson, Mecano, Abba, Bruce Springsteen, etc., que sonaban en la radio. En el colegio cantábamos. Con muchos de nuestros maestros aprendíamos sencillas canciones populares en diferentes lenguas. En los festivales de fin de curso bailábamos o actuábamos con música variada que engrandecía el sentido artístico de nuestra representación, etc… 

“Coser y cantar, todo es empezar”

¿Y ahora? Algo parecido queda, no nos pongamos tremendistas. Pero alguien nos dijo que no cantáramos demasiado, que eso solo debían hacerlo los que lo hacían bien y nos lo hemos tomado al pie de la letra.  “Cantar bien o no cantar en el campo es diferente, pero aquí donde está la gente, cantar bien o no cantar”, dice el refranero popular.  En la mayoría de los hogares actuales nadie disfruta haciendo música, muchos sienten ridículo al cantar. Pues mi abuela cantaba, cantaba porque sí y es que es muy sabio el dicho “El que canta, su mal espanta”. Lo bueno es que estamos a tiempo: “Coser y cantar, todo es empezar”.

Volvamos a ser niños

Hay tanta variedad musical que podemos elegir entre un muestrario interminable, abrumador,  variopinto y confuso pero muy condicionado por los intereses de la industria musical actual. Y mientras, nosotros vamos perdiendo la capacidad de reírnos de nosotros mismos cantado juntos o a escondidas. Paradojas de la vida.

Alguien me dijo alguna vez que las canciones populares eran de niños pequeños y eso es porque no ha escuchado bien  a los Titiriteros de Binéfar, a Rosa León, a Eugenia Manzanera, a Miliki y algunos más (no demasiados desgraciadamente) que hacen que la música popular llegue a todos los públicos con dignidad,  siempre y cuando este público no se crea lo que no es.

Porque cantando payasadas, jugando con las letras, imaginando lo que estas narran, no hay ser humano que no disfrute. Bueno sí, sí lo hay: todos aquellos que hayan perdido la capacidad de sorprenderse y hayan decidido dejar de ser niños.

¿Cuál es tu verdadera lista de éxitos musicales?

Pues bien, os invito a hacer la prueba. Localiza la música que te acompañó en tu infancia, grábala en un CD, en un lápiz de datos o en el móvil.  Hazte una lista en Youtube o en tu Spotify y escúchala en el coche, cuando vayas a trabajo o a la universidad, cuando limpies la casa o hagas alguna que otra tarea, escúchala con tus alumnos, amigos, hijos, padres, hermanos y observa. Mírate y disfruta. Quizá lleves un año bailando “ All about that bass” de Meghan Trainor sin saber que estás diciendo frases como “Mi madre decía que a los chicos les gusta un poco más de cuerpo para agarrar por la noche, hago todo por ese bajo, sigue adelante y diles eso a las perras flacas”. Y cantando en castellano, quizá te haya chocado la pobre rima literaria a la que nos transporta el último éxito de Shakira  “Mira qué cosa bonita, qué boca más redondita, me gusta esa barbita”,  gran producción musical de nuestro tiempo que nos permite bailar sin preocupaciones durante unos minutos (para las clases de zumba es perfecta).

Pero las canciones que nos marcan la vida suelen ser diferentes. En sus melodías, armonías, ritmos y letras encontramos arte de nuestro tiempo y una correspondencia que engancha con nuestras emociones más profundas. Dicen algo de nosotros mismos, algo que uno solo no habría podido expresar nunca. Otras nos dan a conocer historias fascinantes, con humor, con tragedia, con rigor histórico. Gracias a ellas imaginamos cómo vivían nuestros bisabuelos, nos transportamos a tiempos pasados en los que el pasar de los días llevaba su ritmo natural. Incluso, con algunas otras buenas canciones, viajamos al futuro, y nos acompañan  con fuerza para dar pasos positivos. Pero todas estas buenas canciones casi nunca suenan en ciertas radios de éxito. Busca las canciones de tu historia e intenta tenerlas a mano para que amenicen tus días y te sigan acompañando. Si eso lo combinas con la mejor música del momento, con criterio formador (imprescindible si eres madre, padre o educador), la música te ayudará a ser más feliz, más auténtico y mejor.

Con criterio musical

Solo necesitas ejercitar tu criterio para saber cuándo la banda sonora de tu vida debe ser “Despacito”, “La La Land”, “Camarón de la Isla”, “Carros de fuego”, la novena de Beethoven  o “Debajo un botón”. Porque no da igual, no vale todo, no deberíamos ser un pez tragando plancton a merced de la corriente. Podemos y debemos elegir por nosotros mismos lo que queremos escuchar y la música que debemos compartir. Sin ser radicales, sin sentirnos mal por bailar “Felices los  cuatro” de Maluma  a las dos de la madrugada en una fiesta, pero sabiendo que si no compensamos las tendencias musicales, las tendencias nos usarán a nosotros para compensar su rentabilidad.

La variedad musical es como la variedad alimentaria, necesaria para nutrimos equilibradamente y para que nuestro cuerpo funcione mejor. La música variada nutre el alma y ya que los medios de comunicación no pueden o no les interesa servirnos en este sentido, hemos de hacerlo nosotros.

Misión Musical

Si eres maestro o educador, integra la música en tus sesiones, des la asignatura que des. Ayuda a tus alumnos a elegir un tema musical para sus trabajos o coreografías de fin de curso,  acorde con la situación, analizando la letra. Aprovecha también la música instrumental  que permite fluir las emociones con una gran libertad y narrar mucho más con el cuerpo. Ayúdales a traducir las letras para saber lo que realmente dicen. Cuando se enteren de que el último éxito de las mundialmente conocidas Ariadna Grandes y Nicki Minaj dice “Tú, di la verdad, y te daré este tipo de puñetazo, si quieres una Minaj , yo tengo un triciclo, todas estas z*rras… El cuerpo me echa humo, así que me llaman la Joven Nicki Chimenea” o  que el último reggaeton que encontramos hasta en la sopa, de Becky G. corea “A mí me gustan más grandes, que no me quepa en la boca, los besos que quiera darme, y que me vuelva loca” quizá no les parezca tan apropiada para exhibir un baile escolar delante de niños padres o abuelos.

Si eres padre piensa en lo que vas a escuchar cuando vas con niños.  Es posible que  el programa de radio fórmula que tanta gracia nos hace y nos ayuda a sobrevivir al madrugón de los lunes ofrezca un abanico musical empobrecedor para tus hijos. Inventa canciones, cámbiales la letra, juega a adivinar tarareando. Canta si te apetece aunque no afines de maravilla, aunque haya gente delante. Qué gusto escuchar a alguien cantar, que gusto poseer esa libertad.

Aprovecha la genialidad del siglo XXI. Hay grandes compositores  de música para orquesta. Yo te puedo presentar  a Juan Antonio Simarro y su “Sinfonía para un mundo mejor”, pero hay muchos más. Grandes voces españolas que saben reivindicar, llorar, reír y vivir con estilo y tradición como Rozalén, el Kanka, y otras más consagradas como Sabina, Fito, Carmen París, Manolo García, etc. Va en gustos: pop, flamenco, salsa, hip hop, rock, autor, etc… Pero hay mucha variedad.

Identifica el repertorio musical que quieres que te acompañe en tu vida. Rescátalo y compártelo con los demás porque merece la pena. Alguna vez, por curiosidad,  podrías comparar las letras de la música más comercial del momento, con las de tu música seleccionada. Te aseguro que no estarán a la altura, ni por su melodía, ni por su mensaje. Solo superarán a tus elegidas en espectacularidad audiovisual y en el gran trabajo de marketing que las sostiene. Educa.

Sé tú el que propone, no seas pez que se traga el plancton, elige los arrecifes musicales más bellos que estén a tu alcance y si no sabes cómo hacerlo, pregunta. Siempre hay alguien cerca de ti que sabe amar la música porque se siente amado por ella.

Simplemente Maestra – Amanda García Sanz



Ir al contenido