Profesor ¿una profesión de riesgo?

Profesor ¿una profesión de riesgo?

Hace algunas semanas, toda España se mostraba horrorizada con un suceso poco común en este país: un estudiante de trece años de edad decidió poner fin a la vida de un profesor y dejó a otras cuatro personas heridas, dos compañeros de clase y dos profesores. Esta triste noticia ha sido relatada en innumerables medios de comunicación, que apuntaban sin excesivo rubor que el estudiante podría sufrir de algún problema psicológico que finalmente le habría llevado a cometer tamaña crueldad.

Durante las clases del Especialista Universitario en Inteligencias Múltiples y Aprendizaje Cooperativo, que tiene como objetivo ofrecer nuevas metodologías didácticas y prácticas innovadoras para docentes, mis compañeros y yo realizamos una actividad en la que teníamos que ordenar una serie de profesiones por orden de peligrosidad. A raíz de esta actividad, le comenté a una colega que en el país en el que vivo, Brasil, el trabajo de profesor está considerado como una profesión de riesgo. A mis compañeros les impactó mi afirmación, así que les expliqué que no es solamente considerada profesión de riesgo por los asesinatos de profesores, que ocurren con una cierta frecuencia, sino también por las enfermedades psíquicas que muchos docentes sufren a lo largo de sus años de ejercicio laboral.

Lo que me llamó la atención sobre el episodio vivido en el Instituto Joan Fuster de Barcelona es que muy pocos medios de comunicación le dedicaron excesivo espacio a profundizar en la figura de ese “profesor sustituto que estaba en la hora y en el momento equivocado” y que según los testigos simplemente quiso ayudar ante una situación conflictiva y calmar los ánimos. Toda la atención mediática se volvió hacia el joven asesino. Mi pregunta, como observadora extranjera, es por qué se dio tan poca importancia a este profesor…

Se llamaba Abel Martínez Oliva, tenía 35 años y era originario de Lleida. Según han destacado otros docentes del centro, el profesor fallecido era un apasionado de la Historia; estaba muy involucrado en su tarea y se había volcado con todos sus alumnos. Incluso estudiantes que apenas le conocían, dado que Abel llevaba poco tiempo en este instituto, le calificaban como «simpático», «buen tío», «muy majo».

Nunca seré capaz de entender por qué algunos estudiantes, e incluso familias, tienen a los profesores por enemigos, y no son capaces de verlos y respetarlos como lo que realmente son: facilitadores del proceso de enseñanza/aprendizaje. Si nosotros, los docentes, llamamos la atención de los estudiantes y les exigimos más, es porque somos conscientes de su inmensa capacidad; los vemos como pájaros nacidos con unas alas que ayudamos a mover; pájaros que están alzando sus primeros vuelos en la etapa escolar.

Para concluir sugiero una reflexión: si en todo lo que existe y se inventa hubo, en su inicio, un buen profesor, ¿por qué muchas veces estas personas pasan desapercibidas en la sociedad? Desde aquí rompo una lanza para que no nos suceda como le pasó a Abel Martínez Oliva, etiquetado como un mero “profesor sustituto”, cuando la sociedad le debería haber reconocido como un educador apasionado por su profesión que, por no tener aún una plaza fija de trabajo, se dedicaba a hacer sustituciones esporádicas y ponía lo mejor de sí en cada una de esas ocasiones.

Mis más sinceras condolencias a la familia de Abel Martínez Oliva, a sus amigos, compañeros, alumnos y a la sociedad en general. Es tiempo de reflexionar: no dejemos en el olvido a personas que nos ayudan a edificar nuestra sociedad.

Dayane Mónica Cordeiro (@DayaneCordeir20)

Pedagoga, profesora de Español Lengua Extranjera y estudiante de doctorado.

 



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